Etapa 19. Logroño - Alto de Moncalvillo

En esta etapa seremos testigos de grandes cambios climáticos que ocurrieron en el pasado y que han dejado huella en el paisaje que recorrerán los ciclistas.

Km. 0-70 Refrescándonos en los lagos de una antigua sabana (0 a 70 km desde la salida)

Hace unos 20 millones de años, en la zona inicial de la etapa se desarrolló una sabana de clima cálido en la que se producían episodios de lluvias torrenciales que generaban grandes avenidas de agua, que discurrían desde las cimas de las montañas que bordean toda esta área hasta desembocar en extensos lagos poco profundos situados en la zona central, completamente llana. En este ambiente vivían multitud de animales, antepasados de los actuales leones, hienas, rinocerontes, elefantes o hipopótamos que caracterizan este medio hoy en día y cuyos restos han quedado preservados en numerosos yacimientos fósiles riojanos, como los de Fuenmayor o Cenicero, que nos permiten reconstruir el pasado.

© Blanca Martínez

Km. 65-70. Karst en yesos de Castil de Carrias. Unos cinco kilómetros al oeste de Belorado se encuentra un lugar llamado el Vallejo. En este lugar hay varios pequeños valles que recogen las aguas del páramo. Éstas se infiltran en depresiones del terreno (dolinas o torcas, que aquí denominan torcos). Lo singular de este karst es que los materiales que se disuelven por el agua para formar estos torcos, son yesos y no calizas.

© IGME

Km. 89,2 Cicatrices glaciares en la montaña

Si miramos a nuestro alrededor durante la subida al Puerto de Pradilla, descubriremos las marcas en el paisaje dejadas por los glaciares de montaña que se formaron en toda esta área en los momentos más fríos que acontecieron hace milenios, como en la última época glacial, que terminó hace unos 15.000 años. Hondonadas circulares, llamadas circos, que señalan la zona de acumulación del hielo y la nieve, y valles en forma de U, provocados por el avance de las lenguas glaciares ladera debajo de las montañas circundantes, nos demuestran el poder erosivo del hielo, que pule, arranca y arrastra las rocas que se cruzan en su camino. La alternancia con periodos más cálidos, como el actual interglacial, provoca la fusión y desaparición de estas lenguas de hielo, frenando así su efecto modelador del paisaje.

© David Pérez

 Km. 130-140. En la aproximación hacia el alto de Moncalvillo, a la altura de Berceo y hacia el sureste de esta localidad, la carrera se aproxima a un gran fenómeno geológico. Es el Cabalgamiento de la Sierra de la Demanda. Un cabalgamiento es una gran falla inversa que sitúa materiales más antiguos sobre materiales más jóvenes. Se trata de un gran cabalgamiento de mucha continuidad lateral, que superpone rocas paleozoicas y mesozoica del Macizo de la Demanda sobre depósitos cenozoicos de la Cuenca del Ebro. Las rocas en este cabalgamiento son del Triásico y Jurásico y en el cerro de Peñalba muestran una intensa deformación de las capas jurásicas que se superponen a los conglomerados del Cenozoico que forman los mallos de Matute, que son pináculos rocosos con farallones o paredes verticales.

© IGME

Km. 160-168. Un abanico para la ascensión a meta (subida a meta). El ascenso final al Alto de Moncalvillo nos vuelve a trasladar a esa sabana de hace 20 millones de años, pero en un contexto geológico ligeramente diferente al que encontramos en las zonas más llanas del inicio de la etapa. Aquí, el pelotón va a ascender lo que en geología se denomina un abanico aluvial. Su nombre ya da una pista de la morfología de esta estructura, porque recuerda a un abanico abierto, encontrando lo que sería su mango en la zona de meta. Este abanico se formó por el transporte de materiales groseros, tales como cantos de rocas y arena de grano grueso, arrastrados por las avenidas torrenciales que discurrían con fuerza desde la Sierra de Cameros, situada justo al sur de esta zona. Pero, a medida que bajaba por la ladera, el agua iba perdiendo energía, dejando atrás los materiales de mayor tamaño porque ya no podía transportarlos. Hasta llegar a los pies de la montaña, donde la velocidad del arroyo disminuyó drásticamente, abriendo su cauce y provocando que los sedimentos más finos y ligeros se desparramasen alrededor, dibujando así esa forma de abanico.

© Javier Ezquerro

Colaboradores:  

Sergio Rodríguez García (UCM) (Coordinador)

  Elisabeth Díaz Losada (IGME)

José Miguel Fernández Portal (IGME)

Juan Miguel Insúa Arévalo (UCM)

Blanca Martínez García (UPV)

Mónica Leonor Meléndez Asensio (IGME)

Isabel Rodríguez García de Castro (UCM)

Francisco Javier Rubio Pascual (IGME)